miércoles, 31 de diciembre de 2008

Semana 46. El anciano

1. El otro día contemplaba a un anciano. Su rostro estaba arado por los años. De repente llegó un niño. Era su nieto. Lo vi sonreir tan feliz que pensé: un rostro arrugado, pero un alma tersa, limpia. La sonrisa de un anciano se parece a la caricia del amor.

2. Me da pena. Lo veo sentado en el parque cada tarde. Está solo. Solo consigo mismo. Solo con sus recuerdos. Son los únicos que aún le hablan y le cuentan cosas sobre la vida. Pero, no tiene a nadie. ¿Donde están sus hijos?

3. El anciano tiene un corazoncito igualito al nuestro, que espera cariño, espera una palabra, una sonrisa. No pide mucho. Sólo una sonrisa. Sólo una palabra. ¿No tendrás hoy ni siquiera una sonrisa para nuestros viejos?

4. El anciano no es un estorbo. La serenidad y la paz no estorban. Un anciano en casa es el regalo de Dios que nos dice que la vida no es sólo ruido. Que la vida es remanso. Es contemplación. La vida de un anciano es como un libro en el que podemos leer la vida de otra manera.

5. Los ancianos en la familia son el recuerdo del pasado. Son el puente con el ayer. Pero también el puente que nos abre el camino al mañana de la vida. El niño nos habla de la vida que se hace adulta. La vida del anciano nos habla de la vida trascendente.

6. Cuando el sol se pone ya en el horizonte al aterdecer, no es el sol que muere sino el sol que comienza a brillar en otro lugar. El anciano empieza a apagarse, pero su vida empieza a encenderse y brillar en el más allá.

7. La vida de un niño es un regalo de dios. La de un anciano también. ¿Es que los años cargados de vida no son un regalo del Señor? Por eso la ancianidad es generosa acción de gracias a la generosidad del Dios de la vida.

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